El Cairo se presenta ante nuestros ojos como un crisol de civilizaciones. De cada una guarda algún recuerdo, pero sin duda el visitante querrá ver el más grande de todos ellos: las pirámides de Giza.
Desde que Napoleón participara en la creación de la Description de l’Egypte los europeos estamos ávidos de esta cultura y nos deleita cualquier tema relacionado con ella, con su misterio, con su historia y con su escritura.
Desvirtuado por el turismo de masas, el yacimiento de Giza se presenta a nuestros ojos como un parque temático en el que el visitante se ve obligado a sortear todo tipo de invitaciones, nada altruistas, como subirse a unos restos arqueológicos, previo pago, o hacerse una fotografía con el autóctono (¿?) de turno.
Pero lo primero que verdaderamente conmueve es la magnificencia de la piedra que ha estado ahí desde el 2570 a.C y que pertenece a Kéops, faraón de la IV dinastía. La pirámide mide 137 m, y tan solo ha perdido diez metros de su cúspide, por lo demás, a parte del revestimiento, la pirámide sigue altiva observando al visitante desde su lugar privilegiado.
Cerca de la pirámide podemos ver los restos de las barcas solares.
Más arrogante parece la pirámide de Kefrén con su cúspide casi inalterable al paso de los tiempos.
La esfinge, que pertenece al complejo funerario de Kefrén, sí que ha sufrido el paso de los años, y la erosión es apreciable en toda ella.
Por último el conjunto de Giza se cierra con la pirámide más pequeña de todas, la de Micerinos, que con 62 m de altura parece la hermana pobre del conjunto.
To be continued...